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Yo le quise y me quiso

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Yo le quise y me quiso, nos amamos sin permiso. El temor nos hizo mal, nos venció el qué dirán. Hoy le pienso en soledad, pero ya no quiere hablar. 

No debí amarte, lo sé,

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No debí amarte, lo sé, pero evitarlo… jamás pude hacer. Fuiste tormenta y calma a la vez, un suspiro que no supe contener. Mi vida entera por ti daría, y sin dudarlo, por ti, la perdería. Eres amor callado, celoso y profundo, que agita mis noches, que rompe mi mundo. Te amo en silencio, sin voz ni permiso, y sé que me amas, aunque niegues el hechizo. Es un querer que el destino condena, pero en mi pecho florece, aunque duela.  

No salió como soñamos

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No salió como soñamos, lo sé, pero hay que seguir, te lo juré. Prometí avanzar, y así será, aunque te hayas cansado ya. Fuiste tú quien me inspiró, y sin aviso, te marchaste. Aun sin ti, no fallaré, mi palabra mantendré. Quizás pienses que fallé, pero yo jamás dudé. Lo di todo, sin medida, por lo que fuiste en mi vida.

En la vida de calle, muchos te condenan con una sola versión

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  "En la vida de calle, muchos te condenan con una sola versión. En los tribunales, un juez justo escucha ambas partes, confronta los hechos, valora las pruebas y hace justicia."

Aquel que es una leyenda

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  "Aquel que es una leyenda asume su papel de héroe para aquellos que lo aman, y de gran villano para aquellos que lo aborrecen."

El Sultán de San Pedro

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Nacido bajo el cielo abrasador de una roca insular en el Caribe, donde dos naciones hablan lenguas distintas pero comparten un corazón entrelazado de misterios y leyendas, vino al mundo un joven con un destino singular. Aunque su llegada fue silenciosa, el eco de su existencia resonó entre los seres mágicos que habitaban las sombras de la humanidad. Tenía un don, o quizá una carga, un poder que no comprendía del todo: la capacidad de reflejar, siete veces amplificado, las emociones que el mundo vertía en él. Este reflejo podía sanar y también destruir, una virtud peligrosa que nunca le permitió ignorar las consecuencias de su propia existencia. Desde temprana edad, las abejas lo siguieron con una devoción que desafiaba lo natural. Cada vez que entraba en su apiario improvisado, un enjambre alegre lo rodeaba, y las diminutas criaturas parecían danzar de gozo. Le ofrecían su miel con generosidad, sin temor ni resentimiento, como si entendieran que su sultán merecía aquel dulce tesoro. Pe...